viernes, 29 de abril de 2011

Y su voz murió en la isla de…

…bueno, para cada persona habrá una. La mia fue esta:

 Hace años un buen amigo –Manos…un abrazo – entre los ladrillos de Camino de Ronda, okupas ocupados ferroviarios, plazas de sabor ilegal y el resto de tierras granadinas que tanto le gustaban –casi siempre decía al salir del portal “Como me gusta esta ciudad” y usaba el verbo gustar tal cual, en español, conjugado al griego, muy de marinero- me puso una canción. Y al darse cuenta que a mis 26 no conocía al cantante, me propuso que escuchara cualquier melodía suya y me aseguró que me gustaría.

Semanas o meses más tarde, entre cigarros liados, altavoces portátiles y vasitos pequeños sobre melamina de estudiante, me dijo que tratara en esta vida de encontrar a este cantante, allá, en las pequeñas islas sin aeropuertos que a él siempre le gustaba tocar.


Los años pasaron –el amigo se fue a un país de portales nevados y supermercados subterráneos- y un verano, pegado en la puerta de una pastelería de un pequeño puerto de Kos, un anuncio de estética muy retro, rojo y negro, anunciaba una “noche de música” en las murallas ciclópeas de la pequeña islita de enfrente, Nísiros. El cantante era él.

Y así se trazo un meridiano en mi interior, ecuador entre un deseo que llevaba años esperándolo, y recuerdo que -ahora- es muy difícil de olvidar.

Un mes después de aquello, regresé a aquel lugar. La isla es un cono con una circularidad tan evidente que resulta desconcertante en el egeo. Detrás del pueblo portuario comienza una vereda que te asciende hasta la antigua acrópolis, la de las grandes murallas –ya los antiguos decían que no sabían quién las había levantado y las atribuían a la época de los cíclopes-. Volví a visitar al camino en sí, sotobosque de olivos, higueras, pistacheros, chumberas, agaves y burritos oscuros. Y después llegué donde sonó la música. Ningún humano, muchos lagartos entre los bloques de piedra, chicharras y un halcón inmóvil en el aire. Al dar la espalda al mar,  la cima, inevitable, me recordó haber leído que la isla escondía en su corazón un volcán, y noté el acierto con eso de “escondido”.

Busqué un autobús que me llevó al último y más alto pueblo de la isla, el que está en el borde del cráter, el que llaman Nikiá. Al descender del autobús, entré en la aldea como quien se introduce en el pico de una nube, sin saber donde ni cuando me tropezaría con la inmensidad. En un callejón de buganvilias, se abrió una puerta y descendió un hombre, observó que yo le miraba muy sorprendido, abrió la verja de su jardín de cal y piedra, me dio los buenos días y traté de responderle algo sencillamente oportuno, de lo que jamás pudiera arrepentirme -Καλημέρα κύριε Παπάζογλου- El resto se lo dije hoy.

Emplazamiento del concierto que dio Papazoglou 6/8/09. Paleokastro, Nysiros. Al fondo, la isla de Kos.

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