Las aparentes certezas matemáticas siguen
peleándose con las evidencias del mundo real. Los samios Pitágoras y Epícuro
aun mantienen sus apuestas. O….al menos hasta la semana pasada, como A. Monterroso nos
contará. Pero antes, que otro mejor y no yo introduzca de que va el tema.
Las implicaciones de la palabra ‘joya’
—valiosa pequeñez, delicadeza que no está sujeta a la fragilidad, facilidad
suma de traslación, limpidez que no excluye lo impenetrable, flor para los
años— la hacen de uso legítimo aquí. No sé de mejor calificación para la
paradoja de Aquiles, tan indiferente a las decisivas refutaciones que desde más
de veintitrés siglos la derogan, que ya podemos saludarla inmortal. Las
reiteradas visitas del misterio que esa perduración postula, las finas
ignorancias a que fue invitada por ella la humanidad, son generosidades que no
podemos no agradecerle. Vivámosla otra vez, siquiera para convencernos de
perplejidad y de arcano íntimo. Pienso dedicar unas páginas —unos compartidos minutos— a su
presentación y a la de sus correctivos más afamados. Es sabido que su inventor
fue Zenón de Elea, discípulo de Parménides, negador de que pudiera suceder algo
en el universo.
La biblioteca me facilita un par de
versiones de la paradoja gloriosa. La primera es la del hispanísimo Diccionario
hispano-americano, en su volumen vigésimo tercero, y se reduce a esta cautelosa
noticia: El movimiento no existe. Aquiles no podría alcanzar a la perezosa
tortuga. Declino esa reserva y busco la menos apurada exposición de G. H.
Lewes, cuya Biographical History of Philosophy fue la primera lectura
especulativa que yo abordé, no sé si vanidosa o curiosamente. Escribo de esta
manera su exposición: Aquiles, símbolo de rapidez, tiene que alcanzar a la
tortuga, símbolo de morosidad. Aquiles corre diez veces más ligero que la
tortuga y le da diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la
tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro;
Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese
centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo
de milímetro, y así infinitamente, de modo que Aquiles puede correr para
siempre sin alcanzarla. Así la paradoja inmortal.
JORGE LUIS BORGES: La perpetua carrera de
Aquiles y la tortuga.
(Discusión. Buenos Aires, 1964).
Los más antiguos testimonios del
pensamiento infinitesimal. Leibniz y Newton en 1666 convertirán estas paradojas en el cálculo de derivadas e integrales.
Por fin, según el cable, la semana pasada la tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
Augusto Monterroso. La tortuga y Aquiles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario